Es fácil perfilar el sentido que comúnmente se atribuye al
prólogo de un libro: explicarle al eventual lector por qué
debe aproximarse a éste y qué va a encontrar en sus páginas.
Aunque la operación algo acarrea de absurdo —el propio hecho de
que el lector tenga el libro entre sus manos aconseja concluir que ya ha
tomado al respecto la decisión principal—, no se me ocurre mejor
forma de encarar la tarea del prologuista que la encaminada a adelantar
de qué habla este libro, qué es lo que incorpora de original
y, en suma, por qué merece ser leído con atención.
En una sucinta aproximación, le contaré al lector que esta
obra habla de medios de comunicación, de elecciones, de movilizaciones
y, mal que bien, y aunque a algunos nos empiece a pesar, fundamentalmente
de jóvenes. Por lo que a los primeros se refiere —los medios—, en
las páginas de
13-M: multitudes on line se deja en el lugar
a que se han hecho acreedores a esa plaga contemporánea que configuran
los todólogos, los tertulianos de radios y televisiones, que a menudo
no son sino los columnistas de los diarios. Estas gentes que de todo saben
acostumbran acumular un capital inapreciable en el que se dan cita, por
un lado, una dramática sumisión a dictados que llegan de
arriba y, por el otro, una irrefrenable estulticia. En nuestro devenir
reciente pocos momentos más ilustrativos ha habido al respecto que
las jornadas inmediatamente posteriores a los hechos madrileños
del 11 de marzo de 2004. No nos engañemos, aun así, en demasía:
los todólogos, y con ellos una dicharachera y ultramontana jauría,
siguen campando por sus respetos, como lo testimonian en estas horas los
riesgos que asumen quienes, genuinos apestados, han tenido la mala idea
de disentir de la vulgata oficial que rodea al tratado constitucional de
la UE.
El libro habla también de elecciones, y al respecto nos recuerda
con implacable lucidez que el Partido Popular perdió las últimas
generales antes de resultas de su irrefrenada afición por la manipulación
que por efecto, para bien o para mal, de otras circunstancias. De manera
puntillosa se retrata en estas páginas el descrédito sin
límite, tras el 11-M, de los medios de comunicación públicos
y, con ellos, de los privados afines al PP y a su versión de los
hechos, sin que en muchos casos salieran mejor parados, bien es cierto,
algunos de los aparentemente distantes. ¡Cuántas idioteces
no han podido aducirse después, desde el mentado PP y su ámbito
de influencia, para justificar la manipulación más abyecta!
Una de las últimas es la que da cuenta de las malas artes de un
topo policial que —se nos dice— transmitía a la Oposición
información que le era negada al Gobierno... Que no dé, de
nuevo, el lector la cuestión por cerrada: los hábitos de
la conspiración autoexculpatoria dan para mucho, y ello hasta el
punto de que no es de descartar que sigan moviendo el carro de la indignación
de tantos abstencionistas históricos que, inequívocamente
emplazados en la contestación del sistema que padecemos, aun a regañadientes
decidieron acudir a los colegios electorales el 14 de marzo de 2004 sin
otra esperanza que la de liberarse de la pesadilla que suponía Alfredo
Urdaci.
En este libro se viene a sugerir con buen criterio, por lo demás,
que el Partido Popular no debe sentirse insatisfecho por sus resultados
de aquella jornada: fueron, en efecto, infinitamente mejores de los que
merecía. Pero se habla también, claro, de movilizaciones,
y se recuerda, por cierto, que estas últimas hubieran podido evitarse,
sin más, en el caso de que no hubiesen adquirido carta de naturaleza
las groseras manipulaciones a las que ya nos hemos referido. En la tarde
de los móviles, y por detrás de las movilizaciones —la palabra
lo dice— estaban movimientos instalados antes, con toda evidencia, en el
mundo de la izquierda social que en el universo de los partidos tradicionales.
Préstele el lector la atención que merece al muy interesante
relato que da cuenta de cómo surgió la iniciativa que nos
ocupa. Ésta vio la luz conforme a pautas mucho más espontáneas,
y mucho menos jerarquizadas, de lo que suele sugerirse, como lo atestigua
la información aquí recopilada en lo relativo a los entresijos
de las movilizaciones, a las disputas dentro de los movimientos y al tratamiento
que éstos ofrecieron de lo que iba ocurriendo. A duras penas podrá
rebajarse, en lo que a estas cosas atañe, el relieve correspondiente
a teléfonos móviles y medios alternativos —Nodo 50,
Indymedia, La Haine...—, cuyo empleo se acrecentó,
en términos comparativos, de forma visiblemente más rotunda
que el correspondiente a la propia Cadena Ser. Dejemos claro, aun
así, que los autores de este libro —todos ellos— rehuyen cualquier
idealización de la capacidad emancipatoria de los medios y las tecnologías
que ahora nos interesan.
Unas veces de forma manifiesta, otras por inferencia, en este libro
se habla también, y mucho, de los jóvenes. Aunque, a buen
seguro, sería una dramática e impresentable distorsión
de la realidad la que condujese a afirmar que estos últimos han
sido los protagonistas indisputados de los hechos que provocan estas páginas,
a duras penas puede negarse que las movilizaciones tuvieron una impronta
fundamentalmente juvenil. Al respecto limitémonos a reseñar
aquí que el relato que el lector abordará inmediatamente
está lleno de juiciosas apreciaciones sobre lo que los jóvenes
son, y sobre lo que no son, ahora entre nosotros. Como quiera que, por
razones que acaso saltan a la vista, es lícito intuir que la mayoría
de los interesados por estas páginas no son tan jóvenes como
acaso desearían, éste es el momento de sugerirles que presten
atención singular a esas apreciaciones. No sólo no perderán
el tiempo: sentirán un impulso poderoso orientado a escapar de las
muchas tentaciones de autoadulación generaciocéntrica a las
que, tal vez, gustan de sucumbir.
Agregaré una consideración más, la última,
sobre algo que se palpa en todas las páginas de este libro: un implacable
deseo, razonablemente satisfecho, de rehuir la especulación en provecho
de la pesquisa empírica y de demostrar, al tiempo, que el activismo
no está reñido con la investigación prolija y seria.
Sobre esa base metodológica se arriba, con todas las cautelas que
queramos, a la decena de conclusiones que Víctor Sampedro enuncia
pedagógicamente al final de la obra. Sin disentir un ápice
de estas últimas, yo avanzo las mías, que reduciré
a cuatro. La primera subraya, sin más, que los movimientos que ha
perfilado la izquierda social son más efectivos de lo que parece,
y ello por mucho que su acción beneficie a menudo a otros.La segunda
sugiere que tiempo habrá para que esos movimientos aprendan a trabajar
en provecho propio, menester en relación con el cual se impone,
cuanto antes, una mayor conciencia de las lacras que se derivan del espectáculo
y sus oropeles. No parece muy aconsejable, en tercer lugar, la desmesurada
confianza que muchos depositan en unos medios de incomunicación,
los del sistema, en absoluto interesados, pese a fugaces espasmos, por
el mundo de las movilizaciones sociales o, si así se quiere, por
el de la propia izquierda social. Añadiré, en fin, y con
la boca pequeña, que aunque queda mucho por hacer y por pensar,
la guerra de Iraq, el Prestige y el 13-M aconsejan concluir que están
depositadas en el lugar adecuado las semillas que, más antes que
después, acabarán por proporcionarnos alguna sorpresa agradable
y por provocar más de un sobresalto en quien bien se lo merece.