IEMPRE HE recelado de las listas que, como si se tratasen de tablas clasificatorias
deportivas, ponderan manifestaciones artísticas. En EE.UU. se ve
que determinados medios suelen ser amigos de tales estimaciones parciales
y tan tendentes a barrer para casa con sospechosa facilidad. Me imagino
que lo perseguido con la publicación periódica de estas enumeraciones
es lograr, por parte del medio, una cuota de protagonismo añadida
a la que de por sí ya tienen.
Time acaba de sacar su lista
con las 100 mejores películas de la historia. No me extrañaría
que remoce este listado y revise algunas de sus inclusiones actuales dentro
unos cuantos años.
Rolling Stone es otra aficionada a hacer
lo propio en el campo musical, sembrando indignación entre los fans
de los grupos excluidos o maltratados. Una veces valoran las mejores bandas
de pop, otras las de rock, también lanzan estimaciones genéricas
sin la pertinente parcelación por estilos, clasifican, asimismo,
las mejores canciones y, cíclicamente, publican estas listas en números
especiales cuyas ventas se multiplican respecto a tiradas convencionales.
Aquí, casi toda la prensa nacional no ha dudado al destacar el
“éxito” de que Hable con ella fuera designada como la mejor
de la actual década. Sin reparar nadie, o casi nadie, en lo absurdo
de esta última mención, pues, si las cuentas no fallan, todavía
quedan cinco años para alcanzar el 2010. El penúltimo film
de Almodóvar, que le valió un Oscar en la categoría
de mejor guión original, es quizá uno de lo más completos
de su carrera tanto por su rica historia llena de matices como por la depuración
estética alcanzada por el cineasta manchego en esta cinta. Siendo
esto verdad, entiendo desproporcionado el hacerles el juego a estos listados
sesgados y cuyo principal fin es el autobombo del medio emisor.
Estas alegrías por los logros de nuestros compatriotas no siempre
concitan tanta unanimidad en este país, capaz de hundir a sus mejores
creadores con la misma facilidad con la que los enaltece. Pero el caso
de Almodóvar, en general, siempre ha aunado en torno a él
una febril filiación mediática que luego, en las tertulias
de calle, no suele obtener una anuencia tan similar. No objeto nada al
gran director Almodóvar, pese a que considere sobrevaloradas muchas
de sus cintas, pero sí el exceso de promoción dispensada
a un personaje que peca de una locuacidad
inoportuna e indocumentada en sus declaraciones. Pero tampoco quisiera
censurar el exceso de atención dado a las ideas políticas
de alguien con tan poco ‘mobiliario’ intelectual sobre tal ámbito;
afirmaciones suyas ante la prensa internacional tan desnortadas como el
“intento de golpe de Estado del PP” en los días previos al 14-M
son bastantes elocuentes a este respecto.
Me molesta más el que se ultrapromocione a quien no lo necesita
y, sin embargo, no se ofrezca el necesario apoyo a creadores de indudable
talento, pero menos expertos a la hora de usar con maestría el marketing
promocional. Directores como Fernando León de Aranoa, quien
ha rubricado algunos de los últimos filmes nacionales más
brillantes y comprometidos a la par, no tienden a buscar compulsivamente
los focos. La calidad de su trabajo es su aval, lo que debería generar
un apoyo más decidido entre estos medios tan selectivos a la hora
de respaldar a unos o a otros. Sólidos creadores como Enrique
Urbizu, quien filmó en 2003 la interesante La vida mancha,
o Martín Cuenca, autor de la bella y misteriosa La flaqueza
del bolchevique, tampoco figuran entre nuestros referentes cinematográficos
actuales más alentados. Y hablo de creadores de prestigio y con
suficiente crédito para seguir regalándonos grandes filmes,
aunque entiendo que, tras ellos, habrá una larga cola de gente con
talento y buenas ideas pero con nulo o escaso apoyo.
Si los focos no apuntasen con tanta insistencia hacia los Almodóvares
o Amenábares, probablemente el cine español no estaría
lastimándose permanentemente de su falta de éxito entre nuestro
público. Porque la calidad se abre paso, sí, pero el tener
mejor acceso a su disfrute también ayuda.
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