Miércoles, 7 de enero de 2004
Malos tiempos para ser Tintín
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Matías
Cobo
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matias.cobo@lobaton.com |
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En su afán por reducir los costes de personal, los medios se lanzan a la caza del becario, colaborador u otro sucedáneo similar al que pagan poco, contratan por el tiempo que les convenga y exigen horarios de trabajo abusivos |
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S ESA imagen de aventurero, de adalid de causas nobles, de desenmascarador de corruptos y corruptelas, de reportero investigador al más puro estilo Watergate la que considero que hace inicialmente atractiva a esta bendita profesión. Al menos en mi caso, esa ingenua percepción fue la que me enganchó. Pero la realidad, para bien y para mal, es muy otra. En muchos casos, la aventura diaria del periodista no va más allá de una rueda de prensa matutina o de una entrevista más o menos interesante. Otros, los menos, sí se tiene la sensación de estar ante una gran historia, ante una primicia de relumbrón. No obstante, siempre he pensado, y aún hoy día lo mantengo, que el periodista debe ser igualmente profesional ante la noticia cotidiana o ‘burocrática’ que ante lo que se denominaría un scoop en la jerga profesional. Y esto no se cumple porque, a veces, entre los profesionales del periodismo, es habitual que el contador de la historia ceda ante su propia vanidad y olvide su condición de servidor de sus lectores, a quienes se debe y por quienes debe de intentar mejorar a diario su trabajo. Esta concepción, la que enseñan en la Universidad y en los códigos deontológicos, es de escasa práctica por desgracia. Perder de vista esa vocación de servicio público, de ser útil –ya sea entreteniendo, formando o, simplemente, informando– con lo que se cuenta a la sociedad, es uno de los males que asola al periodismo hoy día.
Otro gran problema, al menos en España, es el de la persistente precariedad laboral del periodista. Los medios de comunicación, o algunos de ellos, no entienden que el principal activo de una empresa de su naturaleza es el reportero, el buen reportero. Actualmente, los medios prefieren llenar páginas de diarios y minutos de televisión y radio despreciando, a veces, la calidad de sus contenidos. En su afán por reducir los costes de personal, los medios se lanzan a la caza del becario, colaborador u otro sucedáneo similar al que pagan poco, contratan por el tiempo que les convenga y exigen horarios de trabajo abusivos. Se trata de conseguir beneficios a costa del periodista de usar y tirar. Y muchos de estos profesionales, conscientes de las dificultades de un mercado de trabajo saturado, transigen con las condiciones draconianas que les imponen las empresas. El hastío y hartazgo laboral son consecuencias inmediatas de la prolongación en el tiempo de esta anómala situación. Así, el periodista se resigna a su chabólico estatus y se autoengaña pensado que el tiempo le traerá un mejor contrato, una consideración por la empresa más justa.
Pero pasa el tiempo y las empresas se las ingenian para perpetuar las paupérrimas condiciones de sus clinex-periodistas. Se bordea la ilegalidad para prolongar ‘sine die’ la temporalidad de los contratos de sus empleados, para exigir al colaborador una dedicación similar a la de un contratado convencional o para vivir de la gratuidad de los becarios merced a la connivencia de las propias facultades. De este modo, las empresas se surten de una mano de obra barata y alcanzan grandes beneficios que, por supuesto, no invierten en adecentar las condiciones laborales de algunos de sus trabajadores.
Es lógico que los inicios profesionales de cualquier persona se hagan desde la base, haciendo pequeñas cosas y tratando de ganar experiencia en su oficio. Sin embargo, una persona que aspire a la emancipación no puede conseguir ésta si su vida laboral es una constante peregrinación de un trabajo basura a otro. Y a eso es a lo que están abocados muchos jóvenes periodistas, de excepcional preparación algunos de ellos, durante varios años. Además, la falta de una fuerza sindical entre los integrantes del gremio, el individualismo o el escaso peso de los comités de empresa forman un campo abonado para que los grandes medios se aprovechen y prolonguen la pauperización de sus plantillas. Ante este panorama, un recién licenciado que pretenda vivir del periodismo debe contar con dos cosas en sus comienzos: una inquebrantable voluntad para afrontar esos años y toneladas de paciencia.
Pero la escasa inversión económica de las empresas no sólo atañe al factor humano. El recorte de gastos también se presenta en la cobertura de los eventos. Internet y el uso excesivo del teléfono han configurado un tipo de profesional apoltronado en la redacción que no va a los sitios para atestiguar la historia que luego va a contar. En los orígenes de la profesión, la importancia del reportero que va al lugar de los hechos y que cuenta lo que ve como testigo de primera mano era crucial. Hoy, absortas en esa dinámica de cifras y generosos dividendos, las empresas prefieren hacer noticias a partir de remiendos de teletipos, se ahorran el dinero de los corresponsales si las agencias les surten los contenidos básicos para cubrir una zona y, salvo en escasísimas ocasiones, apenas deciden sufragar los gastos de un enviado especial. Especialmente delicado es el creciente uso de Internet, una herramienta interesante para una somera documentación previa pero que ha adquirido tal protagonismo que los contenidos de los medios –incluso de líneas editoriales dispares– tienden a mimetizarse. No hablemos ya de los profesionales de escasos escrúpulos que se apropian de contenidos de la red que cree exclusivos y que, por el contrario, están accesibles a cualquiera que haya seguido una estrategia de búsqueda similar a la del plagiador.
Quizá el modelo de periodismo que propugno cuando describo la situación del actual no tenga cabida en esta sociedad capitalista de feroz competencia. Pero sigo pensando que la profesión debe pasar por una necesaria catarsis si no quiere desvirtuarse. Apostar por el reportero de calle, por los contenidos propios de calidad y por un trato más equitativo hacia los periodistas puede ser un buen punto de partida. Porque, como escribió Alvite tras las muertes de Julio Anguita Parrado y José Couso, "el periodismo no es sólo una manera de coger kilos escupiendo la aceituna del martini".
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