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El anteojo
Martes, 23 de septiembre de 2003
El discrepar se va a acabar

Matías
Cobo
matias.cobo@lobaton.com
Hoy día, el que se atreve, dentro de su partido, a decir ‘b’ en lugar de la ‘a’ que impone el líder y repiten, cual replicantes, el resto del rebaño tiene menos futuro que Dinio como filósofo de la postmodernidad
N TIPO, creo que de probada solvencia intelectual, dijo que la “política es el arte de lo posible”. El buen hombre que parió, además de esta frase, una de las primeras construcciones filosóficas de la historia no era otro que Aristóteles. Pero entiendo que si el heleno ahora habitase entre nosotros y hubiera conocido el presente y pasado reciente de sus semejantes, quizá se replantease su aseveración. Porque, en realidad y para nuestra desdicha, los políticos no se afanan en hacer posible las tareas que los ciudadanos, con nuestro voto, le encomendamos hacer de cuatro en cuatro años. Una gran mayoría de nuestros mandatarios centran más sus esfuerzos en mantener, durante el mayor tiempo posible, sus posaderas pegadas al sillón que los votantes le dejamos que ocupen. Pero ellos, los políticos, tienen una irrefrenable amnesia a este respecto y suelen confundir la poltrona pública con el sillón de su casa. Así, la fauna de los ‘Giles’ y ‘Muñoces’ consideran que, aposentados en el sillón, de allí no les mueve ni Dios. ¿Estaremos ante una versión alternativa de las monarquías absolutas en las que el poder de su majestad emanaba de la deidad de la religión oficial (generalmente la católica)? Pues, bien visto, podría serlo: el actual cacique no rinde cuentas a Dios, sino que se sólo se preocupa de que sus cuentas —las bancarias— siempre se salden en el ejercicio del poder con unos ‘milloncejos’ extra.

También se dice de la política que es un espacio en el que las ideas, incluso las contrapuestas, encuentran el lugar idóneo para su discusión. Pero la tozudez de los hechos rebate también esta teoría y la reduce a un bonita, pero irreal, declaración de intenciones. Hoy día, el que se atreve, dentro de su partido, a decir ‘b’ en lugar de la ‘a’ que impone el líder y repiten, cual replicantes, el resto del rebaño tiene menos futuro que Dinio como filósofo de la postmodernidad. Aunque bien pensado… (mejor no meterse en semejante lodazal). Discrepar sólo es admisible frente y contra el adversario. La directriz que los partidos parecen introducir en el cerebro del político, al tiempo que le sellan el carnet con sus siglas, es que sólo vale contradecir, con o sin razón, lo que diga el rival en la lucha por el sillón. Este hábito parvulario uniformiza los intelectos de los militantes del partido y, de este modo, reduce la necesaria discusión de ideas a un eslogan cojonudo para vender su “democracia interna”. La cantinelas del tipo “en nuestra agrupación caben todas las sensibilidades” las pronuncian los políticos con el piloto automático puesto. Es decir, con el procedimiento estándar: sin pensar demasiado.

Luego, cuando el discrepante alza su voz, pescozón que te crio. Recientemente, Cristina Alberdi ya fue advertida de que pensar por sí misma, y por tanto al contrario que el sectario planteamiento de “todo” el PSOE, podría poner en peligro su futuro en la fuerza ¿progresista? Ella dijo lo que pensaba en torno al pestilente asunto de la crisis de la Comunidad de Madrid y sobre el modelo territorial de su partido. Raudos, los inquisidores lobos de la sierra de Ferraz se lanzaron a la yugular de la no-replicante. Ella, por coherencia con sus palabras, dejó su cargo en la Ejecutiva de la Federación Socialista Madrileña. Pero la sed de homogeneidad interna, que no de democracia, llevó a mentes preclaras como Caldera a pedir la patada en el culo para Alberdi. Lo que decíamos: los políticos creen que el camino más corto para lograr sentarse en el sillón del poder es el del gregarismo más elemental entre sus huestes.

Pero en Génova no son ajenos al sibuanismo como modelo de conducta. En el tema de la guerra, los del PP demostraron que más vale mantener la cabellera propia antes que jugársela por tener unos principios morales, algo bastante accesorio, y por ende prescindible, en el mundo de la política. En la famosa votación en torno a la postura de España sobre la guerra de Irak, los diputados populares contrarios a la ocupación militar, que los había, prefirieron guardarse una exhibición de honestidad para una mejor ocasión; ¿quizá cuando hayan sido apeados del poder y tengan poco que ganar y/o perder? Otro ejemplo de “democracia interna” fue la elección del delfín de Aznar, que se dilucidó tras una dura contienda y debate interno en… la cabeza del propio Jose María. Nadie tosió la decisión del patriarca del centroderecha y todos saludaron la elección del gallego como la mejor opción posible. ¿Y quién pensaba que la mejor opción era él mismo y no, por tanto, la de Rajoy? Considero que prefirieron guardarse sus ideas por si éstas le acarreaban el guillotinazo de su carrera política.

Lo malo es que este patético instinto de supervivencia puede acabar por convertir en una especie en extinción a los políticos con ideas propias y dispuestos a expresarlas sin tapujos. Y, lo que es más grave, puede alimentar la idea de que la salud de un partido democrático se evalúa en función del nivel de ceguera con el que sus miembros se adscriban a las tesis del grupo; algunos conspicuos analistas ya piensan y proclaman que, mientras más servilismo ciego, mejor. Y ya se sabe, en el país de los ciegos, el tuerto es el rey.


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