Lunes, 14 de abril de 2003
El horror
L BUEN cine suele mostrar las realidades de la vida humana con una certera mirada. La imagen de las llamaradas elevándose al cielo camboyano en el comienzo de Apocalypse Now, mientras suena de fondo “The End” —de los Doors— junto a los compases del ralentizado zumbido de las aspas de los helicópteros, tiene un poder evocador inigualable. Es el prólogo de una película que expone, sin ambages, la incomparable capacidad del hombre para autodestruirse. Esta cinta de Coppola cuenta qué es la guerra y en qué convierte ésta a sus actores. Se ve la brutal deshumanización del hombre, capaz de considerarse a sí mismo dios por disponer de la vida de los demás al capricho de su arbitraria voluntad.
Las guerras, como ahora la de Irak, nos surten de imágenes que certifican el pertinaz y cíclico fracaso de la humanidad. Parece como si el hombre se hubiera hecho inmune al “horror” del que habla Kurtz en esta película. ¿Cómo entender si no que una persona decida masacrar a todo un pueblo porque dice querer “liberarlo”? Las asépticas imágenes de los bombardeos nocturnos ocultaban la devastación que este ocaso de la guerra sí nos deja ver. Familias y hogares destruidos, cadáveres que yacen en el asfalto… Son la cruz de una moneda cuya cara, barnizada de propaganda, es el falso júbilo de un pueblo que lo ha perdido todo.
Golpeados por la muerte de dos compañeros, la guerra parece que se nos haya hecho más cercana. Ellos fueron a contarnos lo inexplicable, la sinrazón. Pagaron con su vida el relato del “horror”. Sus ojos levantaron acta de una historia que ningún periodista querría contar. Porque la noticia de la guerra es, como decía, la constatación del fracaso de la humanidad. Su afán por querer plasmar la crueldad, quizá con el inútil anhelo de impedir la reiteración de este error, les hermanó en la muerte con los civiles y soldados caídos en combate.
Mientras el preciado valor de la paz se desploma en la bolsa de la humanidad, el suculento pastel del petróleo pronto empezará a ser repartido. Por eso, una preocupación de los aliados siempre fue preservar este postre con el fin de mantenerlo intacto para el momento del reparto. Éste lo harán los poderosos sobre las tumbas de quienes nunca recibieron migaja alguna de tamaña riqueza natural. Colocarán una Administración pelele que cumpla las instrucciones de los nuevos patrones al dictado.
¿Y de qué sirve la excusa de la democracia o de la libertad cuando la pseudoconquista de ambas se hace a base de bombazos y de matanzas sumarias? La destrucción de la vida no puede ser nunca un buen punto de partida para la construcción de la misma.
Otro pretexto de esta guerra era la amenaza que suponía para el mundo el régimen de Sadam. Ni las armas de destrucción masiva han aparecido, ni el supuesto poder del ejército de Irak exhibido. Lo que en realidad se ha visto ha sido una tímida oposición de unos pocos militares enriquecidos merced a su vasallaje al tirano frente a un ejército atiborrado de tanta tecnología como de militares imberbes. El resultado del conflicto no podía ser más que la pronta capitulación de un régimen extenuante cuyo poder militar se sobrestimó de manera interesada. También era previsible, como lo es en toda guerra, el sinnúmero de muertes civiles. Ellos pagaron con su vida la partida de risk que jugaron, sobre el tablero de sus tierras, unos poderosos que quieren serlo más.
Estamos en Semana Santa. Es éste un tiempo en el que muchas culturas celebran que un hombre sacrificó su vida para salvar las de todos. A ese hombre, tras su resurrección, unos lo llamaron Dios y otros Alá. Quizá, si volviese a habitar entre nosotros, se preguntaría en estos momentos si su muerte, en verdad, mereció la pena.
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