Martes, 31 de diciembre de 2002
2002: ‘annus horribilis’ de Aznar
L OCASO de un año, dentro del círculo periodístico, comporta los inevitables balances informativos. En política, casi todos los periodistas, incluso los considerados próximos al presidente, han catalogado este año como el peor de la era Aznar. Y motivos hay, la verdad. La bonanza económica no ha sido tan halagüeña en 2002 como en los anteriores seis años de mandato aznarí. La sombra de la corrupción, que tanto réditos electorales le ofreció al PP durante la segunda mitad del felipismo, cubrió también a los populares y se extendió hasta los primeros días de enero, merced a los ecos del “caso Gescartera”, alumbrado en el verano de 2001. Además, y como ya ha apuntado en repetidas ocasiones Jesús Cacho, el regeneracionismo que Aznar prometió antes de su llegaba a la Moncloa se ha quedado, con el paso del tiempo, en una remota y falaz promesa preelectoral. En este punto, Aznar no ha diferido su proceder del habitual de los políticos.
Como telón de fondo de la actualidad política, siempre ha estado el debate en torno a la sucesión. Quizá, como señaló Pedro J. recientemente, las dudas sobre la continuidad de Aznar, al principio de esta legislatura, se prodigaron demasiado pronto y con demasiada profusión. Desde el mismo día en el que Aznar alcanzaba la primera mayoría absoluta de un partido de derechas durante la democracia, la rumorología en torno a la sucesión no paró de ser cebada. Tres nombres han estado en todas la quinielas: Rajoy, Oreja y Rato, aunque, en algunos casos, también ha sonado el de Gallardón, el eterno “tapado”. Su orden en el ranking de futuribles ha fluctuado en función del prestigio político de cada uno en cada momento. Aunque ciertamente, tras el “desgaste” de Gescartera, parece que Rato quedó bastante descolgado. Hoy día, la partida está muy abierta y todo queda a expensas de que Aznar levante la última carta. El hermético, y a veces críptico, presidente no ha hecho más que avivar los comentarios y el cuchicheo en torno a quién será, finalmente, su delfín.
Entretanto, Zapatero, tercer líder de los socialistas tras la etapa felipista, fue adquiriendo fuste como cabeza del principal partido de la izquierda. Su talante de diálogo hacia el Gobierno no le impidió, cuando así se requería, ser pertinentemente incisivo con la gestión de Aznar, a quien ya comenzaba a batir en el cuerpo a cuerpo parlamentario. La catástrofe del ‘Prestige’, los errores del PP en la gestión de esta crisis y las cínicas acusaciones gubernamentales de “deslealtad” hacia el PSOE en este asunto agravaron el debilitamiento del Gobierno Popular. Arenas, consciente de ello, ya ha anunciado una campaña dirigida a lavar la imagen del PP manchada de chapapote. Es decir: marketing político de cara a los inminentes comicios municipales. De todos modos, sólo se verá si realmente la catástrofe del ‘Prestige’ mengua o no el poder de convocatoria electoral de los populares en las próximas elecciones generales. Porque, en política, los ciudadanos solemos adolecer de una cierta amnesia cuando se trata de evaluar en las urnas toda una gestión de cuatro años.
La absorción de Vía Digital por parte de Prisa, tras las cosméticas condiciones del Gobierno para velar por la pluralidad y la competencia, va a reforzar al ariete mediático del PSOE. El grupo de comunicación pro gubernamental que Aznar trató de construir con el respaldo de la todopoderosa Telefónica no ha sido posible. Finalmente, Polanco gana una partida que, en el futuro, quizá pueda ser decisiva para apear al PP de la Moncloa. Con el tiempo se verá.
Al Gobierno de Aznar, durante este año, se le atragantó en más de una ocasión su mayoría absoluta. Cayó en la tentación del uso del “rodillo” parlamentario y eso evidenció un talante muy dispar al de sus primeros cuatro años de mandato, presididos por la búsqueda de acuerdos y consenso. Eso sí, esta actitud, en aquel entonces, siempre vino motivada por la precariedad de su apurada mayoría en el hemiciclo. El “rodillo” le costó al PP una huelga general que pudo ser evitada si Aznar hubiera mantenido el diálogo con los agentes sociales que le caracterizó de 1996 a 2000. La recapitulación del Gobierno frente a los sindicatos, al final, consiguió que las aguas volvieran a su cauce.
El gran acierto y logro del Gobierno de Aznar durante 2002 han sido los evidentes éxitos cosechados en la lucha contra ETA y sus secuaces políticos. La aprobación de la Ley de Partidos, con el apoyo del PSOE, estrecha el cerco sobre el vivero ideológico —también financiero— de ETA. Otegui y compañía ya no van a disfrutar, desde la puesta en marcha de esta ley, de los beneficios de la consideración de partido democrático. Se les ha quitado la careta por fin. Lamentablemente, esta medida, junto a las encomiables acciones judiciales de Garzón, provocaron que el PNV se apartara aún más de los cauces democráticos. Arzalluz se mostró compasivo con la situación de su colega Otegui sabedor de que, con éste fuera del mapa electoral vasco, podría aglutinar en su fuerza los votos de la izquierda abertzale. Sumada a esta feliz iniciativa legal, la eficaz acción de los Cuerpos de Seguridad del Estado durante 2002 ha conseguido, además de evitar centenares de víctimas inocentes, debilitar decisivamente a la banda terrorista. Por último, el colofón a este necesario asedio a ETA se acaba de poner con la reforma del Código Penal. A partir de ahora, los terroristas se lo pensarán más de una vez antes de empuñar una pistola, dado que la condena de 40 años que les caería, en caso de ser apresados, seguro que atempera su odio y ansias de sangre.
Concluye un año en el que las relaciones diplomáticas de España con Marruecos alcanzaron su grado de mayor crispación con el conflicto sobre el islote de Perejil. Tras la ruptura del ‘statu quo’ vigente en la isla por parte de Marruecos, que la ocupó de manera sorpresiva, el Ejercitó español desalojó a los militares marroquíes del islote y permaneció allí hasta la vuelta a la normalidad. El interés repentino de Rabat en una territorio totalmente desconocido hasta entonces buscaba ver cuál sería la reacción de España ante la reivindicación de Ceuta y Melilla por parte del reino aluí. En las últimas fechas, las relaciones empiezan a restablecerse. Al menos así parece desprenderse del gesto del Gobierno de Marruecos de ofrecer sus aguas a los pescadores gallegos. Aunque habrá que esperar.
El año 2003 comenzará como terminó éste: con la lucha contra la marea negra en las costas de Galicia y con el férreo compromiso del Gobierno de poner fin a ETA. Esperemos que, cuanto antes, se consiga la victoria en ambos frentes. No ya porque recupere el vuelo la gaviota de Aznar, algo que nada importa a los ciudadanos, sino porque eso será sinónimo de que se empiezan a solucionar dos de los males que nos asolan en la actualidad.
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