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El anteojo
Domingo, 8 de diciembre de 2002
Voluntarios

Matías
Cobo
matias.cobo@lobaton.com
ERMANADOS POR la tragedia, impelidos por el ansia de servir de ayuda, impotentes ante el manto negro que no cesa de extenderse. Así, por lo que cuentan, es como parecen sentirse los voluntarios que se han lanzado a las costas gallegas. Intentan coagular la honda herida de un pueblo abatido. Galicia se desangra y se aferra a la tabla de salvación que le ofrece la espontánea solidaridad de todo un país sobrecogido. De todas las comunidades de nuestra geografía proceden estos ángeles blancos que acuden a socorrer a su hermana Galicia. Cada uno aporta lo que puede y a veces, incluso, no se repara en que el maldito líquido negro también intoxica, además de contaminar lo que se cruza en su camino. Quieren borrar, cuanto más aprisa mejor, el pertinaz color negro de un paisaje antes azul. Hunden sus manos en el viscoso enemigo y combaten con él sin tregua. Muchos de ellos han sacrificado sus días de puente, otros ha cancelado sus quehaceres cotidianos y todos, sin excepción, no esperan otro premio que el de sentirse útiles. El bocata que les ofrecen los oriundos de las zonas afectadas, acompañado de su agradecimiento, es el aldabonazo que les estimula para retomar con renovado brío sus labores de limpieza. Se crecen ante lo que parece una tarea inacabable e inabarcable. No ven el fin de su negro oponente. Algunos maldicen, entre pausa y pausa para coger aliento, que la mezquindad y ruindad del alma humana hayan engendrado esta criatura destructiva.

La hermana Galicia, herida de muerte, agradece que todos los voluntarios aprieten, junto a ella, el torniquete que le impide morir desangrada. Sabe que está perdiendo el vital líquido púrpura a borbotones, pero el calor de los que, hasta hace unos días, eran unos desconocidos cualquiera le alienta para proseguir en la batalla. Coge resuello para no desfallecer en la contienda e, indignada por la mezquindad de quienes deberían ayudar y no medrar, clama por unas soluciones que nadie acierta a dar. Aunque sabe que la lucha parece desigual, cuenta con la certeza de la victoria. Se arma de valor al ver como arriban a sus costas manos solidarias atraídas por su grito de socorro.

Cuando se hayan restañado los desgarros más graves, entonces la hermana Galicia tendrá que emprender una larga y dura recuperación. Llegado ese momento, estos ángeles solidarios, a buen seguro, le tenderán la mano de nuevo a su hermana para que pueda retomar su pulso vital anterior a la tragedia. Esperamos también que, con el paso del tiempo y aleccionados por este ejemplo de espontánea colaboración, los mezquinos que ahora mercadean con el voto del pueblo pongan los medios para coadyuvar a la sutura de la herida de la hermana Galicia. Porque ella tendrá que luchar con ahínco para reponerse, pero sabrá, como ya sabe ahora, que no estará sola en esta difícil empresa.


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