Viernes, 20 de septiembre de 2002
"Cree el ladrón..."
E SUELE decir, y casi siempre antes de citar un refrán, que nuestro refranero es rico y sabio. En el caso del habitual dicho de “cree el ladrón que todos son de su condición” y, concretamente, en la aplicación de éste a Arzalluz, la sapiencia de la frase es inequívoca. Dice el megalómano líder del PNV que Aznar lo que trata, con toda la parafernalia de la ilegalización de Batasuna, es cosechar réditos electorales. Resulta cómico que él, que también es político, le eche en cara a Aznar un defecto que comparten los dos, dadas sus respectivas profesiones. Pero es que, ahora, la postura de enfrentamiento del Gobierno y el Parlamento vascos hacia el auto de Garzón recarga de razón la tesis, que ya esgrimió Losantos en su columna de El Mundo, de que quien realmente busca captar votos, con todo este conflicto, no es otro que el PNV. Desde la formación jetzale han visto abierta la posibilidad de recabar los votos batasunos ahora que el partido de Otegui está fuera de la ley. Y la mejor manera de hacerlo es ponerse del lado de los cómplices de los asesinos y, al mismo tiempo y por ende, oponiéndose a Gobierno del PP y al auto de Garzón, quienes encabezan la ilegalización de los altavoces de ETA. Esta estrategia sí que es puro electoralismo. Arzalluz, henchido, no duda incluso en decir que va a arengar al “pueblo” para impedir que se ilegalice al partido de su colega Otegui. El PNV se moviliza en esta ocasión, pero lo más penoso y vergonzoso es que lo hace no para apoyar a las víctimas del terrorismo, sino para asistir a quienes las crean. De nuevo ha vuelto a quedar claro: Arzalluz se alinea con los asesinos y desprecia a las víctimas, que son las que, a la postre, sufren realmente el conflicto.
Cuando dice Arzalluz que el PP está creando una situación que conduce al enfrentamiento de los vascos también vuelve a mostrar su irreductible cinismo. ¿Es que no es ETA la que crea el enfrentamiento? ¿No es ETA la que mata y coarta libertades? ¿No es ETA la que secuestra y extorsiona con el cobro de impuestos revolucionarios? Aunque quizá, para Arzalluz, en realidad ETA no sea la semilla del problema, sino la llave que él usa, a su conveniencia, para lograr su último y principal fin: la independencia. Porque Javierín no antepone la paz a cualquier otro objetivo en Euskadi; para él, por encima de todo, lo que prima es la segregación del País Vasco de España. Y centra su mensaje en responsabilizar de todo el problema vasco a Madrid, al Gobierno español. Como si fueran Aznar y sus ministros quienes portasen las nueve milímetros para bellum o los explosivos plásticos con los que se mata a ciudadanos inocentes. Es muy grave el mensaje que lanza Arzalluz porque, nuevamente, él ignora y desprecia a los vascos que tienen el derecho legítimo de sentirse tanto vascos como españoles. Él entiende que la concurrencia de ambos sentimientos, para ser un auténtico vasco, es incompatible. Pero él se equivoca en su unilateral pensamiento nazi. Arzalluz no puede decir, con la boca llena —como hace—, que él es un político democrático cuando el significado último de esta catalogación implica el servicio a los ciudadanos, con independencia de las ideología de éstos. Arzalluz criminaliza a quien no piensa como él y justifica a quienes sí lo hacen, aunque tengan las manos manchadas de sangre.
La ilegalización de Batasuna, por mucho que Arzalluz trate de venderlo así, no es una estrategia política. Y aunque lo fuera, qué más da: ¿No es sobradamente conocido por todos que HB siempre ha sido sustento ideológico y económico de ETA? Eso es lo sustantivo y Arzalluz trata de desviar atenciones, al tiempo que rebaña votos abertzales, al decir que el auto de Garzón y la Ley de Partidos son movimientos electorales del PP. Ciertamente, para el PNV y el Gobierno vasco, que no sufren en sus carnes las amenazas y los atentados de ETA, Batasuna no es una formación que debería estar fuera de la ley. En todo caso, son esos chicarrones del pueblo un poco traviesos, pero nada más. Quizá, si vivieran el drama de las familias que han recibido el duro golpe del terrorismo, si supieran lo que es vivir con el permanente miedo a ser asesinados, si tuvieran que estar exiliaos por miedo, si sufrieran el intento de imposición de una mordaza al pensamiento propio, en definitiva, si ellos fueran las víctimas, entonces, quizá no pondrían en duda que los culpables son quienes matan y no los que mueren.
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