Lunes, 29 de julio de 2002
Ser visto o morir
A VORACIDAD de la televisión, y no descubro nada nuevo, sólo se sacia con el cruel ‘share’ (o porcentaje de audiencia). Ésa es la clave que hace que unos programas perduren largo tiempo y otros perezcan súbitamente. Y es también la causa de que ahora proliferen concursos a imagen y semejanza de Operación Triunfo con el anhelo de cosechar el mismo éxito de este devorador de parrillas. Así, la fórmula proveniente de Gran Bretaña, ‘Popstars’, ha llegado aquí, aunque, en su versión española, ya se han hecho pequeñas modificaciones para que ésta se asemeje en lo que pueda a OT. Todo a condición de asegurarse la victoria en los audímetros. Sin embargo, este programa, estrenado en una época como el verano, donde se reduce de forma notoria el consumo televisivo, no se ha acercado ni por asomo al eurovisivo espacio emitido por La Primera. Si sigue la cosa así, parece que los programadores de la otrora ‘cadena amiga’ se van a pegar la misma torta que ya se pegaron sus homólogos en Antena 3 con el pufo de ‘Estudio de actores’. Como no ganen la batalla legal planteada a OT por plagio, y obtengan por ello suculentas sumas económicas, los productores de ‘Popstars’ se van a dar con un canto en los dientes en España. Aunque esta vergonzosa situación se asemejaría a aquello que los futbolistas suelen decir de “ganar en los despachos lo que no se ha podido lograr en el césped”. Y es que si en el fútbol raras veces hay ‘fair play’, en el mundo de la televisión éste suele brillar por su ausencia permanente.
Lo que evidencia este mimetismo cercano al vil plagio (ay, y luego todos acusando a la pobre Ana Rosa Quintana) es una falta de creatividad en la televisión alarmante. No se crean nuevas fórmulas de entretenimiento. Unos se copian a otros para liderar la tarta publicitaria. No hay contenidos de calidad: ¿para qué sirve eso si no produce un ostensible engordamiento de la cartera de anunciantes? Eso sí, luego a todos —me refiero a los gerifaltes de las distintas cadenas— se les llena la boca al decir que ellos apuestan por una televisión de calidad y por una labor de instrucción social. Pura retórica de marketing. Porque, como ustedes convendrán conmigo, no se puede tildar de programa de calidad, sin ser un cínico, al penoso ‘Confianza ciega’. Saciará una cierta dosis de morbo que, bueno, bien pensado, nunca viene mal (todos tenemos una irrenunciable parte morbosa). Pero, si somos ecuánimes y realistas, hemos de concluir que el programa presentando por Francine Gálvez es una de las mierdas más pestilentes que pueda haber dentro de la bolsa de la basura televisiva.
Ahora se nos vende, incluso por parte de algunos políticos (que siempre están, como los delanteros chupones, atentos a lo que puedan rebañar), que Operación Triunfo aglutina unos valores ejemplares y muy “positivos”. No dudo de que los chicos de OT se hayan esforzado en esa particular carrera contrarreloj que han emprendido para convertirse en artistas con una corta fecha de caducidad. Pero también es loable, y mucho más instructivo, el trabajo de miles de voluntarios que se desplazan en ayuda de los más desfavorecidos de esta sociedad cada vez más dividida en países opulentos y paupérrimos. Las cosas hay que ponerlas en su sitio y no vender la burra aunque ésta parezca un auténtico caballo de lidia. El que La Primera haya logrado un éxito avasallador con el programa presentado por Carlitos ‘Hoyuelos’ no implica que este espacio televisivo y todo lo relacionado con el mismo deban ser elevados a los altares de los anales de nuestra televisión. Además, es más que discutible la afirmación de que estos chicos son poco menos que el resurgir de nuestra música. Aparte de una memez, esta aserción es totalmente injusta; injusta con toda una tradición de grupos españoles, que arrancan en la década de los 80, que han hecho y hacen muy buena música. Y no nombro ninguno porque, a buen seguro, mi corta edad me impediría recordar a todos, que son muchos.
Los Bisbal, Rosa, Bustamante o Chenoa se han granjeado una fama con una celeridad que posiblemente acarreará, para estos jóvenes sorprendidos por el éxito, el peligro de un estrellato fugaz. Han vendido discos, cocinados en microondas, como churros. Por todos los rincones de España les aclaman y siguen auténticos ríos de personas. Sus canciones, llenas de tópicos y ritmos pegadizos, se bailan en casi todos los saraos de nuestro país. No importa si la calidad musical de sus trabajos es mayor o menor. Como ocurre con la televisión, lo importante es que venden a destajo. Pero, al igual que decíamos en el caso del programa germinador de todo, hay que ver las cosas en su justa medida. Estos jóvenes intérpretes —catalogarles de músicos sería excesivo— deben demostrar que pueden crecer y hacer trabajos no prefabricados por otros y listos sólo para poner el geto y una voz más o menos plausible. Ahora, el reto que se les presenta es el de hacerse músicos sin ir de la mano del papá Triunfo. Y deberán competir, además, con su propio progenitor, ya que en cuanto se ponga en marcha la siguiente edición, sus nombres serán sustituidos por otros. La televisión se encargará de crear nuevos mitos de consumo rápido y de los anteriores nadie se acordará. Así de tiránica es la televisión: o te ven, o mueres.
|
|
|