Viernes, 5 de julio de 2002
Un ejemplo a seguir
ESE A que se le pueda criticar un supuesto, que no probado, afán de notoriedad, el juez Baltasar Garzón ha vuelto a dar un ejemplo de lo que debe ser la lucha en favor de la conquista de la democracia en Euskadi. Con el golpe asestado al sistema de financiación del brazo político de los terroristas, Garzón cerciora el pensamiento que todos los demócratas tenemos: Batasuna y ETA forman la misma cosa, esto es, un hampa de asesinos que vive a través del tiro en la nuca y de la extorsión. Los supuestos objetivos políticos que dicha organización pueda tener son una mera excusa para seguir matando a más inocentes. Si realmente quisieran alcanzar esos objetivos, el sistema democrático en el que se amparan a veces, según su conveniencia, les permite desarrollar plenamente sus deseos de independencia. Lo que no es tolerable, y así lo entiende Garzón al actuar como lo ha hecho, es que Otegui y Cía. se quieran apoyar en ciertas ventajas democráticas para luego actuar de la manera más ‘ademócrata’ que pueda haber: privando al prójimo de derechos supremos, como el derecho a la vida o a la libertad de expresión.
El ejemplo que da Garzón debe ser seguido, sobre todo, por la clase política. El enzarzamiento en discusiones partidistas debe evitarse a toda costa en el tema del terrorismo. Parece que por el momento, y tras el abrumador apoyo de la mayoría del arco parlamentario a la Ley de Partidos, esto es algo que se está logrando. Esperemos que, en los prolegómenos a próximas citas electorales, no volvamos a presenciar una ausencia de unidad entre demócratas —entre PSOE y PP, fundamentalmente—. Porque en las últimas autonómicas faltó una unión mayor que quizá, de haber triunfado, hubiese servido de catarsis dentro del podrido engranaje democrático vasco. Además, mientras no se estirpe del mismo a los elementos distorsionadores, aquellos que no permiten el diálogo libre, la democracia de Euskadi permanecerá en el coma profundo en el que se encuentra actualmente. Por ejemplo, no se puede tolerar que a un concejal socialista le amenacen de muerte hasta en su propia casa. No se pueden tener concesiones con quienes lanzan tan brutales coacciones. Si no, los humildes políticos de las fuerzas constitucionales no tendrán más remedio que irse de Euskadi. Porque, en esas circunstancias, es lógico, lítico y comprensible sentir miedo y querer, ante todo, defender la vida propia y la de los allegados. No se les pueden pedir más heroicidades a cientos de concejales y cargos políticos cuyo único objetivo es servir, de la mejor manera posible, a sus conciudadanos. A ellos hay que ayudarles y, con medidas como la abanderada por Garzón, al menos se les libera del permanente runruneo de los voceros de los matarifes.
Aunque, por otra parte, no escapa a nadie que una medida tan valiente también comporta un peligro inmediato, dado que ETA suele responder con su discurso sangriento cada vez que se siente amenazada. Es previsible que, en cuanto tenga ocasión, ETA actúe contra algún inocente: ya sea un juez, para apuntar contra quienes les hostigan ahora, un político, para responder a la reciente Ley de Partidos aprobada, o a cualquier otro víctima que sirva para saciar la permanente sed de venganza que habita en los terroristas. Por ello no habrá que bajar la guardia. Las Fuerzas de Seguridad del Estado deben proseguir con su excelente labor y detener a cuantos más terroristas les sea posible. Así, a través de una triple labor policial, jurídica y política, el cerco sobre ETA se estrechará cada vez más. A la vez que esto se produce, la democracia empieza a ser más real en el País Vasco.
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