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El anteojo
Miércoles, 22 de mayo de 2002
Final feliz y en color

Matías
Cobo
matias.cobo@lobaton.com
UEDARÁ EN la Historia. Será recordado durante años. Cuando alguien evoque aquella noche no podrá olvidarlo. Porque fue bello, porque suponía muchas cosas, porque coronaba una intachable carrera deportiva. No fue un tanto más, fue el gol de Glasgow. Y lo marcó el considerado por muchos mejor jugador del mundo actual. Le apodan ‘Zizou’, aunque —dada la magnitud de su proeza— quizá sea llamado a partir de ahora como el ‘Zid’. Lo marcó, además, para el mejor equipo del siglo XX. Tuvo que venir hasta aquí, a la casa del rey de Copas, para levantar el preciado título. Se le resistió cuando militaba en la Juventus, precisamente frente al equipo que hoy le ha posibilitado llegar al cenit del fútbol de clubes. Con su elegancia y gallardía habituales, con una plasticidad deslumbrante, con el olfato de los asesinos del área, así lo marcó Zinedine. Y no podía ser de otra manera: era el centenario, implicaba la Novena, era un jalón más para pasar a la posteridad de este deporte.

El balón caía sin rumbo, fruto de un rechace que venía de lo que en un inicio era un centro de Roberto Carlos. Él lo vio caer. En el trayecto del balón hasta su pierna, él ya sabía qué quería hacer. La incertidumbre que le asaltaba: ¿cuál sería el final de esta película? Estiró su extensa pierna. Y, como si se tratara de la volea de un tenista a un interminable ‘globo’, impactó su pie con el balón. Éste salió disparado al único lugar donde nada ni nadie podrían interceptarlo. Allí, donde dicen que se tejen las telarañas, llegó el balón para despertar a las arácnidas de su letargo. Al filo del final de una primera parte en la que el Bayer había ganado ‘a los puntos’, en un momento crucial, emergió la figura futbolística de Zidane.

Y de esta guisa, la leyenda del Madrid europeo se agigantó un poco más. Quizá no arrasó a su rival, como era habitual en el temible Madrid yeyé, pero sí venció con la clase que se le presupone a un club tan grande como el de Chamartín. Las huestes blancas, lideradas por el mariscal francés y salvadas por el espléndido Casillas, volvieron, otra vez, a conseguir lo que tantos equipos anhelan. Fue un gol mágico, una noche de ensueño, un final feliz. Y la película, por supuesto, fue en color (por si a alguien se le olvida).


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