E
DE confesar que no me esperaba semejante arrebato de humor
epatante de
Winterbottom antes de ver su
A cock
& bull story (
Historia de una polla y un toro).
Semanas atrás había visto un film suyo,
Código
46, a caballo entre la ciencia ficción y el drama
romántico que me dejó bastante indiferente.
Y antes de esta disparatada comedia, presentada a concurso
en San Sebastián, este director también había
estrenado aquí
9 songs, un drama de alto contenido
erótico. Este copernicano cambio de género subraya
la indiscutible capacidad del británico para pasar
de un registro a otro. En este caso, creo que sí ha
rubricado un film redondo al fusionar en un mismo guión
la adaptación de una novela inadaptable,
Vida y
opiniones del Caballero Tristram Shandy, y una historia
metadiscursiva en el que ironiza sobre el loco mundo del cine
y las vicisitudes que atraviesan los involucrados en un rodaje.
Los primeros treinta minutos transcurren a un ritmo frenético
a partir de un diálogo absurdo en el que los dos
protagonistas charlan sobre la “no blancura”
de los dientes de uno de ellos. A continuación, abandonan
la sala de maquillaje y ambos comienzan a encarnar los papeles
de la película que ruedan: la adaptación de
la inclasificlable y burlona novela de Laurence Sterne.
Al tiempo que ruedan, Steve Coogan se interpreta
a sí mismo, se dirige a la cámara y opina
sobre cómo encarnan los niños a su personaje,
Tristam Shandy, durante la infancia. Resulta de lo más
cómico verle criticar la actuación de uno
de ellos cuando se recrea el momento en el que Shandy se
pilló el pene con una ventana. “Mira, pues
creo que no debería chillar así, parece forzado;
creo que debería hacerlo de otro modo…”
O más hilarante y surrealista resulta el interminable
parto del que nacerá Shandy, en el que la madre está
a punto de reventar mientras los hombres de la casa, tranquilamente,
charlan sobre batallas del pasado a la espera de que llegue
el doctor con un fórceps para el parto; el artilugio
médico llegará pero, dado lo poco perfeccionado
que estaba para siglo XVIII, dejará a Shandy marcado
de por vida con una nariz aguileña.
|
Winterbottom
ha rubricado un film redondo al fusionar
en un mismo guión la adaptación
de una novela inadaptable, 'Vida y opiniones
del Caballero Tristram Shandy', y una historia
metadiscursiva en el que ironiza sobre el
loco mundo del cine y las vicisitudes que
atraviesan los involucrados en un rodaje |
|
|
|
Tras el vertiginoso arranque, el ritmo se normaliza pero
sin perder la comicidad de las situaciones vividas en un
rodaje caótico. Se muestra la habitual rivalidad
de vanidades que existe entre actores y, al tiempo, productores,
guionistas y actores opinan sobre películas o actores
que les gustan o disgustan. Aquí, Winterbottom se
despacha a gusto con algunos colegas de profesión
(la pulla al cine americano más comercial es evidente)
y también alaba a sus favoritos. Los productores,
como suele ser norma, ponen en tela de juicio el derroche
de dinero para ciertas escenas, mientras que actores y directores
defienden su postura para preservar el resultado artístico.
Y aunque se alojan en hoteles caros y ganan bastante dinero,
los actores, como le ocurre al genial cómico Steve
Coogan, también pasan sus pequeños baches,
inseguros y temerosos de sus capacidades a veces, y malsanamente
envidiosos con el éxito ajeno y el halago al compañero/rival.
Además, como su sempiterna inmadurez les lleva a
cometer algún que otro pecadillo sexual, han de rendir
ciertas servidumbres a la prensa para sepultar tales deslices.
Y para más inri, en una jornada tan intensa donde
se mezclan estos avatares con las llamadas del agente proponiendo
nuevos trabajos, apenas pueden atender sus deberes como
buen padre y cumplir con su compañera en la cama.
En definitiva, una vida caótica de la que el guionista
Martin Hardy ha sabido sacar una original comedia
aliñada con la típica flema británica.
|
|
Pero Winterbottom, que no ha querido ser tan cruel, se
apiadó de unos personajes a los que no ha mostrado
invariablemente caprichosos o quejicas. También les
dejó expresar una parte más humana y cálida
que no suele aparecer cuando el ombligo de uno acapara la
propia vida. Aunque, en el caso de los artistas y gentes
del espectáculo, quizá se les pueda disculpar
un cierto exceso de ego por mor de una profesión
tan escrutada y sometida constantemente a la opinión
del público.
Al término del film, nuestros protagonistas, los
guionistas, productores, actores y el director que habían
adaptado la vida de Tristam Shandy, presencian en una pequeña
sala una primera proyección de la cinta. Parecen
no estar muy satisfechos con el resultado, pero los dos
protagonistas, ajenos al tostón visto, vuelven a
hacer el lelo y a picarse el uno al otro retomando el absurdo
y cómico diálogo del principio. La comedia
de Winterbotton no termina ni con los títulos de
crédito; la inmadurez de los actores y sus alocadas
vidas seguro que también seguirán más
allá del The End.
|