A SABÍA que escribir era inútil. O que sólo merecía
la pena si uno está dispuesto a escribir una obra maestra” (página
984), dice uno de los innumerables personajes que aparecen en 2666. En
otra ocasión (página 290), uno de los protagonistas de la
descomunal narración llamado Almafitano, cuyo nombre da título
a una de las cinco partes de la novela, compara las novelas breves, con
las que los lectores actuales se contentan sin atreverse a enfrentarse
a un relato extenso, con ‘ejercicios de esgrima’ de los escritores, por
oposición a ‘los grandes combates’ que suponen las obras mayores.
No es de extrañar pues, que Bolaño, a sabiendas de que no
iba a sobrevivir a su ciclópeo empeño, dejara de manifiesto
su deseo, por razones puramente comerciales, de publicar 2666 dividida
en tantos libros como partes la componen. Última voluntad que, afortunadamente,
sus herederos, contraponiendo valores literarios a los mercantiles, han
contravenido.
Con una escritura clara y sencilla que hace pensar en una velocidad
de redacción vertiginosa, casi enfermiza, da la impresión
de que un aluvión de ideas, un torrente inagotable de imaginación,
guían al escritor por 2666, y no al revés, cuando decora
con infinitos detalles una construcción que, por otro lado, tiene
un andamiaje dibujado de manera precisa y calculada con anterioridad en
su mente. Un laberinto de intrahistorias se suceden, casi de manera compulsiva,
acompañando a las historias centrales de cada uno de los capítulos,
que bien podrían leerse sin problemas de comprensión de forma
independiente y que poseen un nexos de unión en forma de epicentro
físico, una imaginaria ciudad fronteriza de México llamada
Santa Teresa, y argumental, la comisión de unos estremecedores asesinatos
en serie. Esa fluidez verbal compulsiva e incontenible tiene como consecuencia
un inagotable y abrumador enlace de minuciosos detalles y vidas paralelas
que ambicionan abarcar el universo entero en una suerte de novela total
que transita por varias décadas y múltiples escenarios.
Por desgracia para el exhausto lector, cuando todas las piezas del
puzzle van encajando y éste se aproxima a un final que se intuye
trazado con maestría, la novela queda inconclusa. Sin embargo, el
desasosiego y la frustración lógicas quedan mitigados por
la satisfacción que haberse sumergido en una lectura del todo imprescindible.
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