ESAPERCIBIDO, LA vida de bella infelicidad que
llevó y la extrema repugnancia que le producían
el poder y la grandeza literaria. Perseguir el
destino de este escritor significa para Pasavento
retirarse del mundo, como lo prueba esa caligrafía
suya que se va haciendo cada vez más microscópica
y le lleva a sustituir el trazo de la pluma por
el del lápiz porque siente que éste
se encuentra más cerca de la desaparición,
del eclipse. «No escribo para ser fotografiado»,
dice en cierta ocasión. Quiere apartarse,
y un día desaparece. Cree que indagarán,
que le sucederá lo que a Agatha Christie
cuando la buscaron por toda Inglaterra a lo largo
de once días y al final fue encontrada.
Pero al doctor Pasavento no le busca nadie y poco
a poco va imponiéndose esta sencilla verdad:
nadie piensa en él.
Le veremos entonces recurrir a la estrategia
de la renuncia: el acto extremo con el cual
algunos raros escritores se aseguran el único
modo de captar el destello de la vida plena
e inexpresable, no sofocada por el poder. Le
veremos renunciar al yo, a su grandeza y a su
supuesta dignidad, y hasta creer que está
encarnando por sí solo la historia de
la desaparición del sujeto en Occidente.
«Lo que yo quiero es seguir existiendo
sin ser molestado», dice el doctor Pasavento,
y luego, de forma algo contradictoria, se pregunta
si será capaz de vivir sin que nadie
se acuerde, ni lejanamente, de que existe. Viaja
al manicomio suizo donde Walser vivió
tantos años apartado del mundo y se acerca
al ejercicio de un arte muy peculiar y en el
que su escritor más admirado fue un consumado
maestro: el arte de convertirse en nada.
En Doctor Pasavento, Enrique Vila-Matas, después
de Bartleby y compañía, El mal
de Montano y París no se acaba nunca,
prosigue la ruta ascendente que lo ha consagrado,
indiscutiblemente, como uno de los grandes escritores
europeos de nuestro tiempo.
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