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OLIMPISMO
Miércoles, 22 de septiembre de 2004  Última actualización: 6h.00

EN PORTADA | REPORTAJE - ANÁLISIS DE LOS JUEGOS
España en Atenas 2004: pudo ser mejor, pero también peor

A pesar de la escasa presencia de público en algunos deportes durante los primeros días de competición, la gran organización helena, con un sobreesfuerzo en materia de seguridad, alcanzó una buena nota

MATÍAS COBO

MADRID.- Aparte de por el triunfo en una competición, creo que la valía de un deportista se puede establecer también a partir de otros parámetros ajenos al mero resultado. En los Juegos de Atenas, la actuación de algunos deportistas españoles rayó a un alto nivel que, ya sea por el azar u otros imponderables propios de cada disciplina (la parcialidad de los jueces o algunos sistemas de competición caducos e injustos), debió haber logrado un resultado más consolador, menos ingrato. Pero así es el deporte: en el instante decisivo de una final, en el vital cruce de los cuartos, hasta los indiscutibles favoritos de una disciplina se sitúan en el filo de una navaja donde la distancia entre éxito y fracaso es absolutamente pareja. Del mismo modo, las causas de algunos fiascos se pueden hallar en razones menos arbitrarias e incontrolables y, por tanto, de origen anterior a la propia concurrencia en la gran cita. Hablo de malas preparaciones, de injustificables presencias de algunos deportistas, de desinterés institucional por determinados deportes de los que, paradójicamente, se espera demasiado. Luego, la realidad nos devuelve a ella misma: no éramos tan buenos ni invertimos lo necesario para serlo, por tanto, fracasamos.

Pese al soniquete que, con insistencia, situaba nuestra participación en Grecia como la segunda mejor de nuestra historia, el frío medallero, que no permite grandes disquisiciones al respecto, coloca en ese puesto, por delante de nuestro bagaje heleno, lo conseguido en Atlanta. El número de medallas de ahora es el más aproximado a nuestro techo histórico, las 22 de Barcelona (con 13 oros), pero lo que parte el bacalao en el nacionalista ranking de países es el metal áureo; las platas y bronces aderezan la cosecha, pero son escasamente decisivas a la hora de escalar posiciones. Por eso, en EE.UU., donde logramos cinco oros (17 medallas en total), alcanzamos el puesto decimotercero, muy cerca por tanto del top ten, mientras que en Grecia nos quedamos en el vigésimo lugar con tres oros.

Bosma y Herrera
Aclarado esto, que consideraba necesario, es de justicia reconocer que, entre nuestras 19 medallas actuales, hay 11 platas. Es éste un premio ingrato en aquellos deportes dirimidos en partidos finales o conclusiones análogas, pues se obtiene tras perder, pero preciado cuando se consigue en una apurada lucha final en la que centésimas, milésimas o segundos reparten a unos el oro y a otros la plata y el bronce. Pero también hay excepciones: la plata de Bosma y Herrera en voley playa, pese a su derrota postrera, tiene tanto o más valor que un oro previsiblemente amarrado. Son ese tipo de logros los que tienen una verdadera capacidad de siembra posterior: si hasta ahora las retransmisiones de voley playa aquí solían interesar sólo por la sugestiva participación femenina, ahora, además, hemos descubierto que contamos con dos astros de este deporte de género masculino.

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Quintanal
María Quintanal personificó una situación curiosa: ganó una plata en una especialidad inesperada en sus previsiones (foso olímpico) y, en la que partía como favorita (doble trap), ni se clasificó si quiera para la final. De ahí que su mayúscula alegría inicial, en tanto que estrenaba el medallero patrio, minimizara su chasco posterior. A colación de esta primera medalla se habló de lo de siempre: ganamos en un deporte, el tiro, de cuya existencia sólo nos percatamos si suceden hechos comos los ocurridos en Atenas, es decir, que ganemos algo con ellos. Quintanal, como otros tantos deportistas españoles del pasado, del presente y me temo que del futuro, es una solitaria autodidacta de su especialidad y todo lo que gane para nuestro país merece un especial agradecimiento: no es fácil entrenarse duramente para ser el mejor de un deporte cuasi invisible para la mayoría.

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Cal
El caso de David Cal es también digno de todos los elogios posibles. Lo suyo no es que fuera sorpresivo, pues al parecer, según los entendidos del piragüismo, este chaval ya apuntaba desde sus comienzos. Llegó más que bien preparado para el momento clave, ya que permutó sus precedentes subcampeonatos mundial y europeo en el C1 1.000 metros por un oro, el tercero y último del equipo español, que nos vino muy bien para subir posiciones. No conforme con esta gran conquista, el gallego se superó a sí mismo aún más y mejoró su anterior cuarto puesto mundial en el C1 1.500 para alcanzar la plata ateniense de la modalidad. Cal no sólo confirmó pronósticos, sino que los superó con holgura. En su caso, la preparación preolímpica fue plenamente acertada.

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Deferr
El gimnasta Gervasio Deferr representa un caso atípico dentro de la habitual psicología perdedora que acompaña, a veces, al deportista español. Quizá sea porque por sus venas corre sangre argentina, pues sus padres fueron emigrantes que huían del golpe militar declarado en su país en 1976. Y los ‘pives’, como demostraron en fútbol y baloncesto, son unos competidores acérrimos. Eso sí, ‘Gervi’ fue nacido y criado en suelo español, concretamente en Barcelona. Algún granito de arena se debió poner por estos pagos. Este precoz gimnasta (cumplirá 24 años el próximo 7 de noviembre), al que quisieron dilapidar por un desliz con los porros durante una competición, volvió a sorprender con una demostración de carácter pocas veces vista. En Sydney falló en su aparato favorito, el suelo, del que fue subcampeón mundial en 1999 a muy temprana edad, pero, encorajinado por haber perdido donde quería ganar, ganó donde no lo tenía pensado hacer: en salto. Y en Atenas, repetición de la secuencia, lo que da buena cuenta de que este joven gimnasta sabe crecerse cuando las cosas pintan mal. La próxima posta en el camino, Pekín. A ver si ahí le da el sol del cara tanto en lo deseado, el suelo, como en el, hasta ahora, providencial salto.

Rafa Martínez no consiguió metal, pero su histórico quinto puesto en el concurso individual mejoró sustancialmente el decimotercer peldaño logrado por Caballo en Atlanta’96. Martínez ratificó el buen estado de forma con el que arribó a Atenas, puesto que en primavera ya fue subcampeón de Europa en el concurso múltiple. Los 20 años de este madrileño le permiten un margen de mejora que, quién sabe, podrían tener una culminación final en los Juegos de 2012. La motivación de Martínez, si la cita se celebrara aquí, se redoblaría.

Víctor Cano también debe ser recordado por su gran quinto puesto en la final de caballo con arcos. El gimnasta dijo que quizá debió obtener mejor valoración y les atizó a los jueces: “Tienes que ser una persona con nombre. Llegar nuevo y sacar una nota de medalla es muy difícil”. Y quizá no le falta razón, porque la competición de gimnasia artística estuvo en todo momento en el ojo del huracán por la discutible actuación de los jueces. A Nemov y a su nutrido club de fans en Atenas, desde luego, les hicieron perder el juicio. También debe ser elogiado en este punto el gran Jesús Carballo, quien no mereció un epílogo tan triste a una carrera exitosa y pionera en la gimnasia nacional. Al primer hombre que ganó para España un oro en unos mundiales (en barra fija, en 1996) la suerte siempre le fue esquiva en los Juegos. Una caída en su aparato, la barra, cuando ya casi le colgaba el oro del cuello, le dejó sin nada en Atlanta. Y poco antes de Sydney, una grave lesión de rodilla le ausentó de aquellos Juegos y le lastró durante el resto de su vida deportiva. En Atenas, la sempiterna mala suerte de Carballo Jr. volvió a tomar forma de caída y no pudo acceder ni a la final. Una pena, su despedida deportiva no debió ser tan cruel.

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Martínez y Fernández, Trujillo y Vía Dufresne y Azón
A pesar de su extraño y casi ‘snob’ nombre, el 49er (‘fourtinaier’, si es leído en un inglés poco suelto) de Iker Martínez y Xavier Fernández reconcilió a la vela española con su habitual éxito olímpico. En este histórico granero ‘metálico’ de nuestro equipo, estos dos vascos limpiaron el borrón de Sydney, donde ningún español, extrañamente, visitó el familiar podio de la vela. El oro de ambos cumplió los augurios iniciales (llegaban avalados por sus últimos bicampeonatos mundiales), lo que no es óbice para dejar de aplaudir su apabullante dominio durante toda una prueba en la que el oro logrado carecía de antecedente similar. Su familiar celebración con el rey, ajena a protocolo alguno, estuvo plenamente justificada. Rafael Trujillo, días antes de la excelente noticia del oro, ya evidenció los síntomas de recuperación de nuestra vela: la plata de gaditano en la clase Flinn igualaba su subcampeonato mundial de 2003. Por tanto, la vuelta de la vela nacional a sus cauces pretéritos, es decir a ese ‘tocar pelo’ que siempre nos fue tan propio aquí, era una gran noticia sin duda y un excelente modo de renacer. Lástima que Echevarri y Paz no pudieran optar, al final, a la pelea por el bronce en la clase Tornado. Las chicas también retornaron a la senda del éxito, encarnado éste por la plata de Natalia Vía Dufresne y Sandra Azón en la clase 470. No fue casualidad: ambas estaban en la quiniela de favoritas. Este resurgir de la vela atestigua que en deportes como éste, donde generalmente solemos hacerlo bien o muy bien, como en los casos citados, se podrán pasar por baches en algunas citas olímpicas, pero lo lógico suele ser el regreso a una cierta normalidad ganadora. Si se es bueno en algo y las cosas no se dejan de hacer bien en ese algo (apoyo institucional, nutrido calendario competitivo nacional…), los buenos resultados siempre nos estarán rondando.

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Soto, Ferrer-Salat, Rambla y Jiménez; y de nuevo Ferrer-Salat
De resurrección también se podría hablar, aunque ésta menos sospechada y, por tanto, de tintes más alegres si cabe, al enjuiciar nuestra participación en doma. Y el caso es que lo de competir sobre caballos, al principio, se nos daba muy bien: el primer oro de nuestra historia se ganó en la prueba de saltos por equipos en los Juegos de 1928 en Ámsterdam. Veinte años después, en Londres’48, reeditamos éxito en la especialidad, aunque rebajamos el precio del metal: nos quedamos en la plata. Y desde entonces, casi un océano llovió sobre nuestra hípica, que hasta esta cita no había vuelto a colgarse ningún metal. Así que, de sopetón, la recuperación llegó con doble ración de éxito. El equipo compuesto por Rafael Soto, Beatriz Ferrer-Salat, Ignacio Rambla y Juan Antonio Jiménez se quedó a escasos puntos de los ganadores germanos (a ambos les separó un porcentaje de 1,736 que, al parecer, es muy poco en la doma clásica). Luego, la amazona Ferer-Salat, ya en solitario y montando a 'Beauvalais', logró el bronce en doma individual. Fue el broche a una recuperación inesperada aunque no del todo ilógica en un país como el nuestro, de inequívoca tradición equina. Dicen, no sólo nosotros sino también en el extranjero, que el caballo español es de los mejores del mundo.

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Llaneras; Escuredo; Torrent, Maeztu, Escobar y Castaño; y de nuevo Escobar
El ciclismo ofreció la de cal habitual, grandes logros en la pista, y una de arena en la ruta quizá no esperada, pues partíamos allí con buenas opciones tanto en hombres como en mujeres. Sin pretender hacer un ejercicio de justificación, se debe indicar que la mala suerte, un factor muy ligado a la carretera, se cebó en especial con los chicos. Sin embargo, el referente nacional en la pista, Joan Llaneras, es quien creo merecer una consideración especial. Abstraído de sus discusiones previas con la Federación, el mallorquín volvió a hacer lo que mejor sabe: ganar (más de 30 títulos en su haber, entre ellos cinco mundiales —tres en puntuación y dos en americana— y su anterior oro de Sydney). Y no le fue fácil: él era el vigente campeón olímpico en la modalidad de puntuación y todos sus rivales lo marcaron muy de cerca. Pero el veterano pistard español tiró de inteligencia para ganar en ‘sprints’ claves y las fuerzas también le respondieron en los momentos precisos. El joven ruso Mikhail Ignatyev, en un alarde de gran potencia física, aprovechó la ausencia de marcajes sobre él y se hizo con el oro. Pero Llaneras había cumplido y de sobra. Y al segundo escalón del podio se abonó también José Antonio Escuredo en ‘keirin’. Pese a que su clasificación para la final llegó de rondón (por descalificación de un británico), este catalán de 34 años rindió a gran nivel en la final e igualó su segundo puesto mundial de la especialidad logrado en Melbourne. Por su parte, Sergi Escobar se tuvo que conformar con el bronce en persecución, la primera de la historia del ciclismo español en la disciplina. En calidad de vigente campeón mundial, el leridano partía como favorito al oro y así lo evidenciaba su gran tiempo en la fase de clasificación: 4:16.862, el mejor registro nacional. Un inapropiado control antidopaje le restó tiempo de recuperación y, en la final, Escobar sólo pudo ser tercero. Pero él era consciente de la valía de lo conseguido: “Nunca olvidaré este momento. Son mis primeros Juegos Olímpicos y es un excelente resultado obtener una medalla, que ahora mismo me sabe a oro”. El propio Escobar, junto a Carlos Castaño, Asier Maeztu y Carlos Torrent, volvería a conseguir otro bronce en persecución por equipos. Pese a haber ocupado ese mismo puesto en el cajón del mundial de este año, la reedición de lo logrado no era nada fácil. En el último kilómetro y medio, una fulgurante recuperación de los españoles les permitió poner tierra de por medio con los alemanes y lograr la medalla. Con cuatro medallas en el zurrón, el corolario era sencillo: la pista española goza de una gran salud, pese a ser el hermano pequeño perpetuo de la ruta.

Y allí, en el asfalto, fue donde las decepciones se concatenaron unas con otras. En la prueba de fondo masculina, Astarloa y Freire dieron con sus huesos en el suelo. Al final, Alejandro Valverde fue el único de los nuestros que concluyó la prueba en un decepcionante puesto 47. En la ruta femenina, Joane Somarriba logró un digno séptimo puesto, el mismo logrado en la crono y que supo a mucho menos, pues ella era la vigente campeona mundial y siempre estuvo considerada una consumada especialista de la disciplina. Los chicos también se dieron de bruces contra el reloj, una prueba en la que un americano, otra vez, se llevó el gato al agua: en este caso fue Hamilton, y no el ausente Armstrong. El gran apaleado de la prueba fue Ullrich, indiscutible favorito al oro que, de ganarlo, podría haber enmendado su mediocre participación en el Tour. Un ejemplar Ekimov se colgó la plata a sus 38 años, mientras que Bobby Julich completó el festival ‘yankee’ al lograr el bronce. Por tanto, de los emporios continentales, sólo el ruso salvó aquí la honrilla de la patria ciclística.

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Hermida
José Antonio Hermida, en Mountain Bike, confirmó su condición de aspirante al oro. El vigente campeón de Europa lideró la prueba durante gran parte del recorrido, pero una caída en las vueltas finales le obligó a luchar por asegurarse una medalla. El catalán, pese al traspié, no cejó en su portentosa lucha y pudo defender la plata frente a las acometidas del holandés Bretjens. Hermida, satisfecho por un resultado final histórico, desenfundó sus pistolas metafóricas para celebrar un subcampeonato que le resarcía del amargo cuarto puesto de Sydney. Margarita Fullana, nuestra baza femenina de la modalidad, no concluyó la prueba por abandono. Se esperaba algo más de ella.

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Fernández y Martínez
El atletismo español sigue sin levantar cabeza. Si en Sydney la única medalla que nos colgamos en este deporte vino de manos de la marchadora María Vasco (bronce en 20 km.), la marcha —junto al sorpresivo bronce en salto— volvió a ser la que nos salvó del cero patatero en esta ocasión. Un colosal Paquillo Fernández logró una plata en la especialidad de 20 km. tras plantear una carrera netamente ofensiva. Tiró con fuerza de su grupo para hacer la selección que dejase el reparto de medallas entre los grandes. En un intenso duelo final con el italiano Brugnetti, el granadino cedió ante la última acometida de su rival y llegó cinco segundos después que él. Juan Manuel Molina rubricó la gran actuación española con su quinto puesto. Así, el subcampeón mundial ratificó augurios y pudo dedicarle su plata a Manuel Alcalde, su entrenador de toda la vida fallecido en el pasado mes de abril. Lo del saltador de origen cubano Lino Martínez fue como un regalo caído del cielo. Nacionalizado español dos meses antes de la cita ateniense, Martínez apenas tenía trayectoria competitiva bajo nuestra bandera. En la final, el cubano logró un salto de 8.32, muy próximo a su mejor marca de toda la vida (8.39), que le valió para agarrarse al tercer puesto del cajón olímpico. Su salto no estuvo exento de polémica, ya que británicos y jamaicanos lo protestaron por considerarlo nulo al pisar sobre la plastilina posterior a la tablilla de apoyo. Finalmente, la reclamación fue desestimada. La actuación de un Yago Lamela fuera de toda forma pretérita (7.98 metros) no merece más calificativo que el de pobrísima. Para cerrar el capítulo del salto de longitud, se ha de valorar la injusticia cometida con Concha Montaner, quien se ganó su pasaporte para Atenas tras vencer en los campeonatos de España, pero que vio como la Federación, en plan ‘amarrategui’, eligió en su lugar a la supuesta baza encarnada por Niurka Montalvo. La saltadora de origen cubano, lejos de su mejor forma, la que le posibilitó lograr el título mundial en 1999, hizo tres nulos y se quedó fuera de la final. Inexplicable decisión federativa por tanto. Del resto de atletas españoles, cabría destacar al gran Manuel Martínez, quien se quedó en el umbral del bronce en lanzamiento de peso. Mejoró sus dos séptimos puestos olímpicos anteriores, pero no recibió el premio de una medalla que hubiera hecho justicia con el campeón mundial bajo techo en Birmingham 2003. Esta macilenta cosecha en atletismo viene a demostrar que España, tras la eclosión de Barcelona’92 (cuatro medallas), ha vuelto a su carestía metálica habitual en el deporte rey de los juegos.

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Ruano y Martínez
Desde los Juegos de Seúl’88, el tenis siempre ha aportado alguna medalla a nuestro equipo olímpico. En algunos casos, como en Barcelona, hasta tres fueron los metales logrados con la raqueta. Ahora, en Atenas, la brecha siguió con una plata de Virginia Ruano y Conchita Martínez en el doble femenino que quizá supo a poco. La madrileña, indiscutible número uno del circuito de dobles con su partenaire argentina, Paola Suárez, no rindió a su mejor nivel en la final contra la pareja china. Conchita tampoco ayudó con su errático juego, y ambas se mostraron nerviosas y muy alejadas de su arrollador estilo exhibido en los partidos previos. La pareja china formada por Ting Li y Tian Tian Sun estudió muy bien el juego de las españolas y no les dejaron apenas resquicio alguno de recuperación. Esta plata sumaba nuestro noveno metal olímpico en tenis, una interesante colección en la que aún falta el oro. En el cuadro masculino individual, Moyá pudo haber arribado hasta la final aprovechado la preciosa ocasión propiciada por las tempraneras eliminaciones de grandes favoritos como Federer (número uno mundial) o el norteamericano Roddick. El mallorquín, tras ellos, partía como tercer cabeza de serie, pero claudicó en cuartos ante el imparable Nicolás Massú, doble ganador del oro en individual y en dobles para Chile.

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Moreno
En su debut olímpico, la jovencísima Patricia Moreno ganó la primera medalla de la historia de la gimnasia artística femenina. A sus 15 años, la madrileña disputó la final de suelo sólo con el objetivo de rodarse y divertirse, pero su madurez y aplomo demostrados sobre el tapiz limitaron todos sus errores a un único fallo en una diagonal. Moreno, así, tomaba el testigo de Elena Gómez, quien no pudo acceder a la final de este aparato en el que fue bronce en los mundiales de 2003. Por conjuntos, España volvió a repetir el quinto puesto de Sydney, un buen resultado, dado que las siguientes plazas las ocuparon conjuntos de gran tradición histórica como Rumania, Estados Unidos, Rusia y Ucrania.

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Estrellados en deportes colectivos
Al margen de esta meritoria cosecha olímpica, que supone la tercera mejor participación olímpica de España y corrige el mediocre resultado de Sydney, nuestros deportistas se quedaron a las puertas de resultados más satisfactorios en los deportes por equipos. La selección masculina de baloncesto ejemplifica a la perfección esa frustración que algunos de nuestros representantes en disciplinas colectivas vivieron. Los hombres de Mario Pesquera, una generación de jóvenes en plena madurez deportiva, merecieron mucho más que el raquítico séptimo puesto al que quedaron abocados por mor de un sistema de competición injusto. Vencieron todos sus partidos con solvencia y exhibieron un baloncesto de mucha altura. Apuntalado en una intensa defensa, el juego de los nuestros sólo cojeó en momentos claves en la faceta del tiro exterior. La impecable fase de clasificación en el grupo más difícil del torneo, con victorias sobre todos sus rivales —incluidos Argentina e Italia, oro y plata—, sirvió de poco cuando, en los fatídicos cuartos, nos topamos con la mejor versión del equipo estadounidense. Los profesionales de la NBA, liderados por una magistral Marbury, metieron la sexta marcha contra los españoles, quienes plantaron cara durante gran parte del partido a pesar de que éste se desarrollaba a una velocidad poco habitual para el baloncesto europeo. Quizá el permisivo arbitraje, no adscrito a las normas FIBA que rigen el torneo olímpico, pudo influir en algunos aspectos del desarrollo del encuentro, aunque no se puede tildar aquél de decisivo en la conclusión final: EE.UU. jugó su mejor partido del campeonato y eso, cuando se tiene delante a las estrellas de la NBA, es difícil de contrarrestar. Gasol concluyó el campeonato como máximo anotador, fue quizá uno de los mejores jugadores NBA y lideró un equipo cuyo futuro merecerá un gran éxito acorde con su talento. De momento, el gran valor de esta selección reside en haber vuelto a encarnar ese banderín de enganche que, tradicionalmente, ha hermanado en nuestro país afición y baloncesto. El que este matrimonio perdure será síntoma de que esta generación, los juniors de oro, sigue dando mucho de qué hablar.

El equipo de balonmano, representante de una de las dos mejores ligas del mundo, cayó en cuartos de final en un partido que pasará a la historia por un taquicárdico final solventado en una agónica tanda de penaltis en la que Alemania, exponente de la otra mejor liga mundial, venció merced a su mayor templanza en los instantes decisivos. El final quizá fue cruel, más aún cuando España dispuso en el epílogo de las distintas prórrogas con opciones de haber ganado el partido sin esperar a la fatídica tanda. Entre los hombres de César Argilés, el nombre del portero David Barrufet será recordado en este inolvidable encuentro por su increíble efectividad atajadora. El guardameta del Barça paró tiros imposibles que nos insuflaron el resuello necesario en momentos claves. Su homólogo alemán, el genial Fritz, también ofreció una réplica a la altura de la actuación del catalán, y el resto de los teutones nunca dio por perdido un partido que ya forma parte de los anales del balonmano. Si aún hay alguien que duda de la espectacularidad y emoción de este deporte, que vea de nuevo el vídeo de este encuentro inconmensurable. Su escepticismo será rápidamente disipado.

El hockey hierba, un deporte habituado a depararnos satisfacciones internacionales (plata en 1996), rozó el bronce en el partido por el tercer puesto frente a Alemania. En este caso, el lapidario latiguillo asociado al equipo de fútbol de “jugamos como nunca y perdimos como siempre” encontró su perfecta plasmación en los hombres de Maurits Hendriks. A lo largo de la competición, los españoles jugaron casi siempre con cierta superioridad sobre sus rivales, pero el desacierto goleador, con un pésimo saldo de penati-corners materializados, evitó que corriésemos mejor suerte en momentos claves. Alemania, también en otro final de infarto, se llevó el gato al agua con un gol de oro en la prórroga.

La selección de waterpolo, conocedora de tiempos pasados mejores (oro en Atlanta’96 y plata en Barcelona’92), terminó en un sexto puesto que quizá aluda a un necesario relevo generacional. Los alemanes, otra vez, acabaron con nosotros en ese último encuentro en el que nos jugábamos la quinta plaza.

Las chicas, que en algunos casos debutaban —clasificadas por méritos propios— en varias competiciones por equipos, alcanzaron una representación digna en líneas generales. En baloncesto, las nuestras nos ilusionaron especialmente. Tras su comparecencia en Barcelona’92 en calidad de anfitriones, las chicas sacaron su billete para Atenas con nota: lograron el bronce en el Europeo de Grecia de este año. Esta repentina irrupción de nuestras chicas en la élite internacional, como luego se demostraría en los Juegos, no era flor de un día, ya que la fase de clasificación de las nuestras fue ejemplar con cuatro victorias y una única derrota ante el ‘Dream Team’ americano. El cruce de cuartos parecía accesible ante una Brasil que no representaba un escollo muy temible a priori, pero la gran canarinha Janeth Arcaín —con 27 puntos— fue clave para decantar el choque hacia su selección. Amaya Valdemoro, nuestra mejor jugadora y ex WNBA, lideró con firmeza este grupo de jugadoras que, en el futuro, también podrá depararnos nuevas alegrías. En el balonmano femenino, la evolución de las nuestras ha seguido un camino parejo al del combinado de basket. Tras su debut en Barcelona’92 como locales, España fue una de las grandes atracciones del último Mundial, en el que se ganó la quinta plaza que nos pasaportaba para Atenas ante la temible Noruega. En los Juegos, la sexta plaza final de las nuestras, tras perder el quinto puesto ante Hungría, deja abierta la puerta de la esperanza para el balonmano femenino nacional.

España, un país que aún sigue en el primer plano internacional por el éxito de algunos de sus genios (Alonso, Ferrero, Gasol…), puede y debe seguir subiendo peldaños en el medallero olímpico. Se habla, desde algunas instancias administrativas, de emular modelos deportivos de éxito como el de China, aunque quizá sea más ejemplar para nosotros la espectacular evolución de Australia de los últimos años. Con apenas 20 millones de habitantes, el país de los aussies está ya en el top ten del medallero histórico y, en la última cita, acabó en un genial cuarto puesto, con 49 medallas (17 oros), y sólo superada por las tres grandes potencias (EE.UU., China y Rusia). La recuperación de graneros habituales de nuestro deporte como la vela ratifica la vuelta a la normalidad, mientras que la persistente mediocridad en disciplinas como la natación merece un serio estudio. Este caso, el de la natación, ha sido especialmente sangrante puesto que casi ninguno de nuestros nadadores ha alcanzado sus mejores marcas en los Juegos y su presencia en las finales se contó con cuenta gotas. Erika Villaécija es una de esas excepciones, pues la joven barcelonesa (20 años) batió el récord de España en la final de los 800 metros libres y acabó quinta. Tras la experiencia adquirida en Atenas, la nadadora expresó su deseo de colgarse un metal en Pekín. Ojalá lo cumpla, pues, en los últimos años, nuestro país sólo ha tocado metal en este deporte a través de la nadadora de origen ruso Nina Zhivanesvskaia (bronce en Sydney). Un análisis dispar se debe hacer de la especialidad de natación sincronizada, en la que la parcial valoración de los jueces casi siempre estuvo en entredicho. Mengual y Tirados como dúo y el combinado español quedaron desbancados del bronce por las mejores votaciones dispensadas a rivales de más tradición como las rusas o las norteamericanas. Subirse a un podio olímpico en esta disciplina, por tanto, puede que llegue alguna vez.

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Por lo demás, los Juegos de Atenas 2004 dejan un buen balance. A pesar de la escasa presencia de público en algunos deportes durante los primeros días de competición, la gran organización helena, con un sobreesfuerzo en materia de seguridad, alcanzó una buena nota. Las ya inevitables noticias sobre casos de dopaje empañaron ese espíritu olímpico cada día más poco creíble en tanto que éste emana de una organización como el COI (Comité Olímpico Internacional), dispuesto a venderse al mejor postor a la hora de designar a la ciudad organizadora de los Juegos. Quizá, para evitar que la organización de los Juegos sea una mercancía de compraventa ruin, no sea descabellado contemplar la posibilidad de elegir una sede permanente para los Juegos Olímpicos. El New York Times, a tenor de la buena organización ateniense, apuesta por la capital griega como lugar perenne de la cita olímpica. Aunque, por otro lado, hay quien vitupera esta opción al considerar que la itinerancia de la sede de los Juegos es básica para proseguir con la vocación universalista de movimiento olímpico. En lo deportivo, Atenas coronó a dos reyes en el olimpo para la posteridad: el mediofondista Hicham El Guerrouj y el nadador Michael Phelps. El marroquí, privado hasta ahora de la gloria olímpica, saldó su deuda con la historia y protagonizó los momentos más espectaculares del atletismo con sus oros tanto en los 1.500 metros como en los 5.000. El Guerrouj quedó en paz con los Juegos y, ahora, premios como el reciente Príncipe de Asturias homenajean su ejemplar trayectoria. Por su parte, el joven Phelps explotó en Atenas y, pese a no igualar el número de oros del mítico Spitz, sí que se erigió como el nadador con más metales ganados en unos mismo Juegos: ocho medallas totales (seis oros). Sus 19 años, si sigue por este camino, presagian nuevos récords del mundo y más victorias.


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